El segundo sexo. Sesión 1. Introducción. Cap I, textos 1, 2
He dudado mucho antes de escribir un libro sobre la mujer. Es un tema irritante,
sobre todo para las mujeres, y no es ninguna novedad. La polémica del feminismo ha
hecho correr tinta suficiente, y ahora está prácticamente cerrada: punto en boca. Y sin
embargo, seguimos hablando de ello. Y no parece que las voluminosas tonterías
proferidas durante este último siglo hayan arrojado alguna luz sobre el problema.
Además, ¿hay algún problema? ¿Cuál es? ¿Acaso hay mujeres? Efectivamente, la
teoría del eterno femenino sigue contando con adeptos que susurran: «Hasta en Rusia,
las mujeres siguen siendo mujeres»; otras personas bien informadas —que suelen ser
las mismas— suspiran: «La mujer se pierde, la mujer se ha perdido». Ya no sabemos
demasiado si sigue habiendo mujeres, si las habrá siempre, si es deseable o no, qué
lugar ocupan en este mundo, qué lugar deberían ocupar. «¿Dónde están las
mujeres?», preguntaba hace poco una revista de publicación irregular
[1]
. Para
empezar: ¿qué es una mujer? «Tota mulier in utero: es una matriz», dicen unos. Sin
embargo, cuando hablan de algunas mujeres, los entendidos decretan: «No son
mujeres», aunque tengan un útero como todas las demás. Todo el mundo está de
acuerdo en reconocer que en la especie humana hay hembras; constituyen, ahora
como siempre, aproximadamente la mitad de la humanidad; sin embargo, se nos dice
que «la feminidad está en peligro»; nos exhortan: «Sed mujeres, siempre mujeres,
más mujeres». Por lo tanto, no todo ser humano hembra es necesariamente una mujer;
necesita participar de esta realidad misteriosa y amenazada que es la feminidad. ¿Se
trata de algo que segregan los ovarios? ¿Está colgada del cielo de Platón? ¿Bastarán
unas enaguas susurrantes para que baje a la tierra? Aunque algunas mujeres se afanen
en encarnarlo, el modelo nunca ha sido patentado. Se suele describir en términos
vagos y relumbrantes que parecen tomados del vocabulario de las videntes. En
tiempos de Santo Tomás, se presentaba como una esencia definida con tanta
seguridad como las virtudes somníferas de la adormidera. Sin embargo, el
conceptualismo ha perdido terreno: las ciencias biológicas y sociales ya no creen en
la existencia de entidades fijadas de forma inmutable que definan caracteres dados
como los de la mujer, el judío o el negro; consideran que el carácter es una reacción
secundaria ante una situación. Si ya no hay feminidad, será porque nunca la hubo.
¿Quiere eso decir que la palabra «mujer» no tiene ningún contenido? Es lo que
afirman enérgicamente los partidarios de la filosofía de la ilustración, del
racionalismo, del nominalismo: las mujeres son aquellos seres humanos que reciben
arbitrariamente el nombre de «mujer»; en particular, las estadounidenses suelen
pensar que la mujer como tal es algo improcedente; si alguna retrasada se sigue
considerando una mujer, sus amigas le aconsejan que se psicoanalice con el fin de
librarse de esta obsesión. A propósito de una obra, por otra parte muy irritante,
titulada Modern Woman: a lost sex, Dorothy Parker escribió: «No puedo ser justa con los libros que se ocupan de la mujer como mujer… Yo creo que todos, hombres y
mujeres, no importa, debemos ser considerados seres humanos». Sin embargo, el
nominalismo es una doctrina un tanto limitada, y los antifeministas tienen muy fácil
la demostración de que las mujeres no son hombres. Es evidente que la mujer es un
ser humano como el hombre, pero una afirmación de este tipo es abstracta; la realidad
es que todo ser humano concreto siempre tiene un posicionamiento singular. Negar
las nociones de eterno femenino, de alma negra, de carácter judío, no es negar que
existan los judíos, los negros, las mujeres: esta negación no representa para los
interesados una El enunciado mismo del problema me sugiere inmediatamente una primera respuesta. Es significativo que me lo plantee. A un hombre no se le ocurriría escribir un libro sobre la situación particular que ocupan los varones en la humanidad [2] . Si me quiero definir, estoy obligada a declarar en primer lugar: «Soy una mujer»; esta verdad constituye el fondo sobre el que se dibujará cualquier otra afirmación. Un hombre nunca empieza considerándose un individuo de un sexo determinado: se da por hecho que es un hombre. Si en los registros civiles, en las declaraciones de identidad, las rúbricas hombre o mujer aparecen como simétricas es una cuestión puramente formal. La relación entre ambos sexos no es la de dos electricidades, dos polos: el hombre representa al mismo tiempo el positivo y el neutro, hasta el punto que se dice «los hombres» para designar a los seres humanos, pues el singular de la palabra vir se ha asimilado al sentido general de la palabra homo. La mujer apareceliberación, sino una huida engañosa. Es obvio que ninguna mujer
puede pretender de buena fe situarse más allá de su sexo. Una escritora conocida se
negó hace algunos años a que su retrato figurara entre una serie de fotografías
consagradas precisamente a las escritoras: quería que la colocasen con los hombres,
pero para obtener este privilegio utilizó las influencias de su marido. Las mujeres que
afirman que son hombres no dejan de reclamar atenciones y consideración por parte
de los hombres. Recuerdo también una joven trotskista de pie sobre un estrado en un
mitin tormentoso que se disponía a actuar violentamente, a pesar de su evidente
fragilidad; negaba su debilidad femenina, pero era por amor a un militante con el que
quería estar en pie de igualdad. La actitud de desafío en la que se crispan las
norteamericanas demuestra que están obsesionadas por el sentimiento de su
feminidad. En realidad basta pasearse con los ojos abiertos para comprobar que la
humanidad se divide en dos categorías de individuos en los que la vestimenta, el
rostro, el cuerpo, la sonrisa, la actitud, los intereses, las ocupaciones son claramente
diferentes; quizá estas diferencias sean superficiales, quizá estén destinadas a
desaparecer. Lo que está claro es que de momento existen con una evidencia
deslumbradora.
Si la función de hembra no es suficiente para definir a la mujer, si también nos
negamos a explicarla por «el eterno femenino» y si no obstante aceptamos, aunque
sea con carácter provisional, que existen mujeres sobre la tierra, tenemos que
planteamos la pregunta de rigor: ¿qué es una mujer?
- Recuerda algunas de las definiciones que se recopilan en el texto sobre qué es ser mujer y razona si Simone de B. está o no de acuerdo con ellas.
- ¿Qué prueba según la autora el hecho de que existan muchas definiciones de lo que es ser mujer?
- Explica la siguiente afirmación del texto: el carácter es una reacción secundaria ante una situación
- Intenta explicar lo que trata de decir Simone con la siguiente tesis: negar las nociones de eterno femenino, de alma negra, de carácter judío, no es negar que existan los judíos, los negros, las mujeres: esta negación no representa para los interesados una liberación, sino una huida engañosa
- Define mujer según el texto.
El enunciado mismo del problema me sugiere inmediatamente una primera respuesta. Es significativo que me lo plantee. A un hombre no se le ocurriría escribir un libro sobre la situación particular que ocupan los varones en la humanidad [2] . Si me quiero definir, estoy obligada a declarar en primer lugar: «Soy una mujer»; esta verdad constituye el fondo sobre el que se dibujará cualquier otra afirmación. Un hombre nunca empieza considerándose un individuo de un sexo determinado: se da por hecho que es un hombre. Si en los registros civiles, en las declaraciones de identidad, las rúbricas hombre o mujer aparecen como simétricas es una cuestión puramente formal. La relación entre ambos sexos no es la de dos electricidades, dos polos: el hombre representa al mismo tiempo el positivo y el neutro, hasta el punto que se dice «los hombres» para designar a los seres humanos, pues el singular de la palabra vir se ha asimilado al sentido general de la palabra homo. La mujer aparece como el negativo, de modo que toda determinación se le imputa como una limitación,
sin reciprocidad. A veces me he sentido irritada en una discusión abstracta cuando un
hombre me dice: «Usted piensa tal cosa porque es una mujer»; yo sabía que mi única
defensa era contestar: «Lo pienso porque es verdad», eliminando así mi subjetividad;
no podía replicar: «Y usted piensa lo contrario porque es un hombre», pues se da por
hecho que ser un hombre no es una singularidad; un hombre está en su derecho de ser
hombre, la que se equivoca es la mujer. En la práctica, igual que en la Antigüedad
había una línea vertical absoluta con respecto a la cual se definía la oblicua, existe un
tipo humano absoluto que es el tipo masculino. La mujer tiene ovarios, útero; son
condiciones singulares que la encierran en su subjetividad; se suele decir que piensa
con las glándulas. El hombre olvida olímpicamente que su anatomía también incluye
hormonas, testículos. Percibe su cuerpo como una relación directa y normal con el
mundo, que cree aprehender en su objetividad, mientras que considera el cuerpo de la
mujer lastrado por todo lo que lo especifica: un obstáculo, una prisión. «La hembra es
hembra en virtud de una determinada carencia de cualidades», decía Aristóteles.
«Tenemos que considerar el carácter de la mujer como naturalmente defectuoso». Y
Santo Tomás decreta a continuación que la mujer es un «hombre fallido», un ser
«ocasional». Es lo que simboliza la historia del Génesis, donde Eva aparece como
sacada, en palabras de Bossuet, de un «hueso supernumerario» de Adán. La
humanidad es masculina y el hombre define a la mujer, no en sí, sino en relación con
él; la mujer no tiene consideración de ser autónomo. «La mujer, el ser relativo…»,
escribe Michelet. Benda afirma también en Le Rapport d'Uriel: «El cuerpo del hombre tiene un sentido en sí mismo, al margen del cuerpo de la mujer, mientras que
este último parece desvalido si no evocamos al hombre… El hombre se concibe sin la
mujer. Ella no se concibe sin el hombre». Y ella no es más que lo que el hombre
decida; así recibe [en francés] el nombre de «el sexo» queriendo decir con ello que
para el varón es esencialmente un ser sexuado: para él, es sexo, así que lo es de forma
absoluta. La mujer se determina y se diferencia con respecto al hombre, y no a la
inversa; ella es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, es el Absoluto: ella
es la Alteridad
- Explica las siguientes afirmaciones del texto: a) Si me quiero definir, estoy obligada a declarar en primer lugar: «Soy una mujer»; b) el hombre representa al mismo tiempo el positivo y el neutro
- ¿POr qué se cree que el hombre ve las cosas con objetividad y la mujer no, según el texto?
- Define subjetividad y objetividad, según el texto.
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