Segundo Sexo, Sesión 2. Textos 3.
Segundo
Sexo, Sesión 2. Textos 3.
Texto
3:
La
categoría de Otro es tan originaria como la conciencia misma. En las
sociedades más primitivas, en las mitologías más antiguas,
encontramos siempre una dualidad que es la de lo Mismo y lo Otro;
esta división no se situó en un principio bajo el signo de la
división de sexos, no depende de ningún dato empírico: es lo que
se deduce, por ejemplo, de los trabajos de Granet sobre el
pensamiento chino, de los de Dumézil sobre India y Roma. En los
binomios Varuna-Mitra, Urano-Zeus, Sol-Luna, Día-Noche, no está
implicado en principio ningún elemento femenino, como tampoco en la
oposición del Bien y el Mal, de los principios fastos o nefastos, de
la derecha y de la izquierda, de Dios y de Lucifer; la alteridad es
una categoría fundamental del pensamiento humano. Ningún colectivo
se define nunca como Uno sin enunciar inmediatamente al Otro frente a
sí. Basta que tres viajeros se reúnan
por azar en un mismo compartimento para que el resto de los viajeros
se conviertan en «otros» vagamente hostiles. Para el aldeano, todas
las personas que no pertenecen a su aldea son «otros» sospechosos;
para el nativo de un país, los habitantes de países que no son el
suyo aparecen como «extranjeros»; los judíos son «otros» para el
antisemita, los negros para los racistas norteamericanos, los
indígenas para los colonos, los proletarios para las clases
pudientes. Al cabo de un estudio profundo sobre las diferentes
figuras de las sociedades primitivas, Lévi-Strauss concluyó: «El
paso del estado de Naturaleza al de Cultura se define por la aptitud
que tiene el hombre para concebir las relaciones biológicas en forma
de sistemas de oposiciones: la dualidad, la alternancia, la oposición
y la simetría, presentadas en formas definidas o imprecisas, no son
tanto fenómenos que hay que explicar como imperativos fundamentales
e inmediatos de la realidad social» [4] . Estos fenómenos no se
pueden entender si la realidad humana se considera exclusivamente un
mitsein basado en la solidaridad y en la amistad. Por el contrario,
se aclaran inmediatamente si, siguiendo a Hegel, descubrimos en la
propia conciencia una hostilidad fundamental respecto a cualquier
otra conciencia; el sujeto sólo se afirma cuando se opone:
pretende enunciarse como esencial y convertir al otro en inesencial,
en objeto.
Sin
embargo, la otra conciencia le plantea una pretensión recíproca:
cuando viaja, el nativo advierte escandalizado que en los países
vecinos existen nativos que le miran a su vez como extranjero; entre
aldeas, clanes, naciones, clases, hay guerras, potlatchs,
negociaciones, tratados, luchas que privan a la idea de Alteridad de
su sentido absoluto y descubren su relatividad; de grado o por
fuerza, los individuos y grupos están obligados a reconocer la
reciprocidad de sus relaciones. ¿Cómo es posible entonces que
entre los sexos esta reciprocidad no se haya planteado, que uno de
los términos se haya afirmado como el único esencial, negando toda
relatividad con respecto a su correlato, definiéndolo como alteridad
pura? ¿Por qué las mujeres no cuestionan la soberanía masculina?
Ningún sujeto se enuncia, de entrada y espontáneamente, como
inesencial; lo Otro, al definirse como Otro, no define lo Uno:
pasa a ser lo Otro cuando lo Uno se posiciona como Uno. Sin embargo,
cuando no se opera esta inversión de Otro en Uno, será porque
existe un sometimiento a este punto de vista ajeno. ¿De dónde viene
en la mujer esta sumisión?
Existen
otros casos en los que, durante un tiempo más o menos largo, una
categoría consigue dominar de forma absoluta a otra. En general,
este privilegio se debe a la desigualdad numérica: la mayoría
impone su ley a la minoría o la persigue. Sin embargo, las mujeres
no son una minoría, como los negros estadounidenses o como los
judíos: hay tantas mujeres como hombres sobre la tierra. A menudo,
los dos grupos enfrentados habían sido antes independientes: se
ignoraban en un principio, o cada cual admitía la autonomía del
otro, hasta que un acontecimiento histórico subordinaba el más
débil al más fuerte: la diáspora judía, la introducción de la
esclavitud en América, las conquistas coloniales, son
acontecimientos fechados. En estos casos, para los oprimidos hubo un
antes: tienen en común un pasado, una tradición, a menudo una
religión, una cultura. En este sentido consideramos pertinente la
relación que estableció Bebel entre las mujeres y el proletariado:
los proletarios tampoco están en inferioridad numérica y nunca
constituyeron un colectivo separado. No obstante, a falta de un
acontecimiento, un desarrollo histórico explica su existencia como
clase y da cuenta de la distribución de estos individuos en esta
clase. No siempre hubo proletarios, pero siempre ha habido mujeres;
lo son por su estructura fisiológica; por mucho que nos remontemos
en la historia, siempre han estado subordinadas al hombre: su
dependencia no es la consecuencia de un acontecimiento o de un
devenir, no ha acontecido. En parte porque escapa al carácter
accidental del hecho histórico, la alteridad se nos presenta aquí
como un absoluto. Una situación que se ha creado a través del
tiempo puede deshacerse en otro tiempo: por ejemplo, los negros de
Haití lo han demostrado; sin embargo, al parecer una condición
natural es obstáculo para el cambio. En realidad, la naturaleza no
es un hecho inmutable, como tampoco lo es la realidad histórica. Si
la mujer se descubre como lo inesencial que nunca se convierte en
esencial, es porque no opera ella misma esa inversión. Los
proletarios dicen «nosotros». Los negros también. Al afirmarse
como sujetos, transforman en «otros» a los burgueses, a los
blancos. Las mujeres — salvo en algunos congresos que no pasan de
manifestaciones abstractas— no dicen «nosotras»; los hombres
dicen «las mujeres» y ellas retoman estas palabras para
autodesignarse, pero no se afirman realmente como Sujetos. Los
proletarios hicieron la revolución en Rusia, los negros en Haití,
los indochinos luchan en Indochina: la acción de las mujeres
nunca ha pasado de ser una agitación simbólica, sólo han ganado lo
que los hombres han tenido a bien concederles; ellas no han
tomado nada: han recibido. Es porque no tienen medios concretos
para agruparse en una unidad que se afirme al oponerse. No tienen
pasado, historia, religión propias; tampoco tienen como los
proletarios una solidaridad de trabajo y de intereses; ni siquiera
existe entre ellas esa promiscuidad espacial que convierte a los
negros de América, a los judíos de los guetos, a los obreros de
Saint-Denis o de las fábricas Renault en una comunidad. Viven
dispersas entre los hombres, vinculadas más estrechamente por el
hábitat, el trabajo, los intereses económicos, la condición
social, a algunos hombres —padre o marido— que a otras mujeres.
Las burguesas son solidarias de los burgueses y no de las mujeres
proletarias; las blancas de los hombres blancos y no de las mujeres
negras. El proletariado podría proponerse masacrar a la clase
dirigente; un judío o un negro fanáticos podrían soñar con
acaparar el secreto de la bomba atómica y crear una humanidad
totalmente judía, totalmente negra: la mujer, ni en sueños puede
pensar en exterminar a los varones. El vínculo que la une a sus
opresores no se puede comparar con ningún otro. La división de los
sexos es un hecho biológico, no un momento de la historia humana. Su
oposición se ha dibujado en el seno de un mitsein original y ella no
la ha borrado. La pareja es una unidad fundamental cuyas dos mitades
están adosadas la una a la otra: no es posible dividir la sociedad
por sexos. Esto es lo que caracteriza fundamentalmente a la mujer: es
la Alteridad en el corazón de una totalidad en la que los dos
términos son necesarios el uno al otro.
Podríamos
pensar que esta reciprocidad debería haber facilitado su liberación;
cuando Hércules hila la lana a los pies de Onfalia, su deseo lo
encadena: ¿Por qué Onfalia no consigue un poder duradero? Para
vengarse de Jasón, Medea mata a sus hijos: esta leyenda salvaje
sugiere que la mujer habría podido convertir en ascendiente temible
el vínculo que la une al hijo. Aristófanes imaginó jocosamente en
Lisístrata una asamblea de mujeres en la que éstas tratan de
explotar en común con fines sociales la necesidad que los hombres
tienen de ellas, pero sólo es una comedia. La leyenda que pretende
que las sabinas raptadas opusieron a sus raptores una esterilidad
pertinaz, también dice que al golpearlas con correas de cuero los
hombres acabaron mágicamente con su resistencia. Las necesidades
biológicas —deseo sexual y deseo de una posteridad— que hacen
que el macho dependa de la hembra no han liberado socialmente a la
mujer. El amo y el esclavo también están unidos por una necesidad
económica recíproca que no libera al esclavo. Ello se debe a
que en la relación entre el amo y el esclavo, el amo no plantea la
necesidad que tiene del otro, tiene poder para satisfacerla y no la
mediatiza; por el contrario, el esclavo, desde su estado de
dependencia, esperanza o miedo, interioriza la necesidad que tiene
del amo; la urgencia de la necesidad, aunque sea igual en ambos,
siempre favorece al opresor frente al oprimido: es lo que explica que
la liberación de la clase obrera, por ejemplo, haya sido tan lenta.
La mujer siempre ha sido, si no la esclava del hombre, al menos su
vasalla; los dos sexos nunca han compartido el mundo en pie de
igualdad; incluso en nuestros días, aunque su condición esté
evolucionando, la mujer sufre grandes desventajas. En casi ningún
país del mundo tiene un estatuto legal idéntico al del hombre, y en
muchos casos su desventaja es considerable. Incluso cuando se le
reconocen unos derechos abstractos, un hábito arraigado hace que no
encuentren expresión concreta en las costumbres. Económicamente,
hombres y mujeres constituyen casi dos castas; en igualdad de
condiciones, los primeros tienen situaciones más ventajosas,
salarios más elevados, más oportunidades de triunfar que sus
competidoras recientes; los hombres ocupan en la industria, la
política, etc., mayor número de puestos y siempre son los más
importantes. Además de los poderes concretos con los que cuentan,
llevan un halo de prestigio cuya tradición se mantiene en toda la
educación del niño: el presente envuelve al pasado, y en el
pasado, toda la historia ha sido realizada por los varones. En el
momento en que las mujeres empiezan a participar en la elaboración
del mundo, sigue siendo un mundo que pertenece a los hombres: a ellos
no les cabe ninguna duda, y a ellas apenas. Negarse a ser
Alteridad, rechazar la complicidad con el hombre sería para ellas
renunciar a todas las ventajas que les puede procurar la alianza con
la casta superior. El hombre soberano protegerá materialmente a la
mujer súbdita y se encargará de justificar su existencia: además
del riesgo económico evita el riesgo metafísico de una libertad que
debe inventar sus propios fines sin ayuda. Junto a la pretensión de
todo individuo de afirmarse como sujeto, que es una pretensión
ética, también está la tentación de huir de su libertad y
convertirse en cosa; se trata de un camino nefasto, porque
pasivo, alienado, perdido, es presa de voluntades ajenas, queda
mutilado en su trascendencia, frustrado de todo valor. Sin embargo,
es un camino fácil: se evita así la angustia y la tensión de la
existencia auténticamente asumida. El hombre que considera a la
mujer como una Alteridad encontrará en ella profundas complicidades.
De esta forma, la mujer no se reivindica como sujeto, porque carece
de medios concretos para hacerlo, porque vive el vínculo necesario
que la ata al hombre sin plantearse una reciprocidad, y porque a
menudo se complace en su alteridad.
Cuestiones
sobre texto 3:
- Sirviéndote de ejemplos del texto intenta explicar la siguiente frase según el texto: el sujeto sólo se afirma cuando se opone: pretende enunciarse como esencial y convertir al otro en inesencial, en objeto
- Según el texto ¿la mujer ha sido reconocida por el hombre, en las relaciones que tiene con él, como recíproca? ¿Por qué?
- El sometiemiento de la mujer se debe a ¿ser un grupo minoritario?, ¿hacer perdido una guerra o determinarlo un acontecimiento histórico?, ¿su constitución biológica natural?
- ¿Cómo las mujeres han de superar el sometimiento que padecen?
- ¿Qué dificultad tendrán las mujeres para superar ese sometimiento?
- Explica la afirmación del texto de que: la mujer siempre ha sido, si no la esclava del hombre, al menos su vasalla.
- Explica el siguiente fragmento del texto: El hombre soberano protegerá materialmente a la mujer súbdita y se encargará de justificar su existencia: además del riesgo económico evita el riesgo metafísico de una libertad que debe inventar sus propios fines sin ayuda. Junto a la pretensión de todo individuo de afirmarse como sujeto, que es una pretensión ética, también está la tentación de huir de su libertad y convertirse en cosa.
- Define, según el texto, los términos Sujeto y Otro.
- Sintetiza las ideas más importantes del texto mostrando en tu resumen la estructura argumentativa o expositiva del texto.
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